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Los bailes, cantos míticos y luchas rituales son narrados por nuestra corresponsal Amalia Vargas, en esta cuarta nota de su estar junto a los hombres del color del Sol

La flauta sagrada kuluta

En la tarde del miércoles, fui a visitar la casa de los yawalapiti, un gran recinto hecho de barro y palmeras con un hueco en el centro por donde escapa el humo cuando las mujeres cocinan. Esta gran casa es habitada por más de veinte personas, por lo general son familias multigeneracionales que la comparten, y es ahí donde todos duermen en hamacas.

Al llegar a la puerta me recibió con una sonrisa Tunuli, el curandero de los yawalapiti. Estaba vestido humildemente sin pintura alguna, con su hijita en brazos, charlamos un rato y luego me invitó a pasar. La gente es muy amable en este grupo, los yawalapiti son originarios del Alto Xingú, por lo general viven en comunidades circulares y viviendas compartidas.

Entré a la gran casa yawalapiti porque desde afuera se escuchaba una música que calmaba mi alma. Allí estaban cinco hombres tocando un instrumento de caña muy grande, medía más de dos metros de largo.

Tocaban la caña, en la oscuridad, y mientras tocaban avanzaban con cinco mujeres bailando a su lado, cada mujer apoyando su mano izquierda en el hombro derecho de su pareja de danza, la melodía era como un mantra que te envolvía, el jefe Anuiá Amaru dijo "esta flauta regocija el pueblo, asombra a los malos espíritus y atrae al buen espíritu". Los hombres que tocaban esta caña gigante, eran muy fuertes, estaban semi desnudos con sus cuerpos pintados con color rojo y negro, decorados con líneas rectas y curvas; algunas simulan la piel de la cobra, otras el pez, además llevan brazaletes de plumas de colores rojos, amarillos y negros, también tenían bandas de telas en sus cinturas, rodillas, tobillos, con algún cascabel, predominando los colores fuertes, blanco, rojo, verde rojo y amarillo.

Algunos bailaban descalzos, otros con una simple ojota, iban tocando su flauta sagrada kuluta semi agachados y caminaban en círculo con las mujeres detrás, ambos caminaban al compás de la flauta; caminaban seis pasos y retrocedían dos pasos, como arrepentidos y luego volvían a retomar el camino circular, con una cadencia lenta. Golpeaban con la pierna derecha la tierra cada dos pasos para reforzar su danza...en ese momento se sentían con más fuerzas los cascabeles y a veces se perdían en la polvareda y la oscuridad de la gran choza, además de la gran cantidad de pies que se entrelazaban entre cañas, cascabeles y movimientos de la tierra.

El canto ritual

Luego de la bella danza uno de los yawalapiti también cantó canciones en honor de los monos, los propietarios de los bosques; de acuerdo con Anuiá., ellos se ocupan del medio ambiente, su casa es el monte: “La etnia canta para felicitar a usted y pedirle que continúe con el cuidado de la naturaleza y los pasos del ser humano en la tierra, y de los monos en el bosque”; así entre charlas danzas , el jefe nos contó una hermosa historia para hablar sobre el próximo baile, dijo: “Un día, el creador de la Tierra vengó la muerte de su madre y destruyó a todos los animales y los seres humanos. Lo que quedó fue un pequeño huevo de pava, un pájaro en el nido. Se movilizaron entonces el Sol y la Luna y realizaron un ritual para crear todo de nuevo. Cuando ocurrió, los hombres y las mujeres estaban todos sin memoria, sin historia, “bobos”, tal como se define Anuiá. Pero luego fueron adonde el superviviente Guan, “quien comenzó a cantar y rescatar todo lo que era antes del final" Guan salvó todas las tradiciones.

Para el yawalapiti, el mundo mítico es un pasado que no se une a este por las estrictas relaciones cronológicas. Por lo tanto, existe el mito como una referencia espacial y temporal, pero sobre todo del comportamiento. Por tanto, el ritual es un momento en que la rutina está más cerca del mítico modelo ideal.

Además de compartir charlas comidas y danzas, nos hicieron participes de una serie de costumbres, concepciones y rituales inter-sociales, otro hito distintivo del Alto Xingu, es un ideal de comportamiento respetuoso y comedido, cuya clave en versión yawalapiti son las categorías parikú (vergüenza) y kamika (respeto).

Parikú refiere a un estado psicológico de la persona, y por lo general activa cuando hay una transición o confusión de los papeles -como entre internos o entre cónyuges potenciales, o inferioridad jerárquica- como entre padre e hijo en la ley o en el caso de las mujeres, entre los hombres. Por su parte Kamika (respeto) se atribuye a ciertas relaciones y roles sociales, en referencia a un comportamiento tranquilo y predecible, así como la generosidad y el respeto con las relaciones jerárquicamente superiores. Es respeto, pero también es "miedo" en un intento de evitar las cosas peligrosas. Kamika, típico del Alto Xingu, asociado con el adjetivo mañukawã ("suave", "calma"), no es un comportamiento kanuka, violento e impredecible, típico de los warayonaw (indígenas fuera del Alto Xingú). Estas formas de entender su relación con el mundo, están dadas por los actos de su vida cotidiana en el que hacer de cada momento, donde está presente el respeto a todas las cosas tanto con vida como sin vida.

La lucha del Creador

Ya terminando la tarde se invitó a los hombres a que lucharan en el centro del patio de tierra. El jefe llamó a algunos valientes para pelear con el ganador de la carrera del año pasado. Preguntó si alguien quería luchar, nadie contestó, hubo un gran silencio, ya que se lo veía un rival fuerte. Uno de los ocho combatientes luego se une a su hermano, y dan un espectáculo de técnica y fuerza.

Esta lucha libre es llamada Huka-Huka por lo general sólo dura unos pocos segundos hasta que un oponente fuerte derriba al otro, por defecto (cuando el otro luchador ha acaparado tanto de sus rodillas, de tal manera que conduciría inevitablemente a ser eliminado y a caer al suelo). Esta es una lucha de destreza y valentía, el jefe dijo al respecto "El Creador nos pide que luchemos y lo hacemos, esto es para que sea feliz, nuestro Creador”. Solo presenciar estas danzas entre la gran naturaleza, escuchar los cantos míticos y ver las luchas, uno puede comprender cuanta fe y amor por sus dioses existe en esta cultura, una cultura del color del sol, que cuando cae la luna sus cuerpos son pintados del color de la oscuridad para convertirse en luchadores de fuerzas, fuerzas que solo la madre tierra las ve y las siente.

Fuente: Noemí Amalia Vargas Fecha: 11/9/2015

Quiero agradecer a Alessandra Alves y Juliano Basso, quienes me recibieron y trataron muy bien en Brasil.

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