Enormes planicies sembradas con trigo y canola invaden el territorio yoreme. Los campos son trabajados por cientos de jornaleros que labran para los nuevos dueños la tierra que hasta hace poco les pertenecía. Es el sureste de Sonora, donde hace décadas el pueblo yoreme hizo fértil esta tierra hoy desértica. En esta región nació Myrna Dolores Valencia Banda, mujer indígena, quien fuera nombrada hace un año atrás representante de su pueblo ante el Concejo Indígena de Gobierno

Extracto de la conversación realizada Por Gloria Muñoz Ramírez con la Concejala yoreme, Myrna Dolores Valencia Banda:

Concejala por Cohuirimpo, uno de los ocho pueblos yoreme, conocidos como mayo, del sur de Sonora. Ella también es parte del concejo del gobierno tradicional de su pueblo, maestra de secundaria y defensora del territorio. “Soy Myrna y estoy viva”, así se presenta al inicio de la entrevista esta mujer de 41 años.

La conversación con Myrna transcurre en la ribera de lo que queda del río Mayo, cerca de la comunidad El Recodo, centro del pueblo ancestral de Cohuirimpo, donde se encuentra el cementerio de los más antiguos. Desde donde estamos, se aprecia el afluente sagrado contaminado y disminuido. “Nuestro pueblo”, explica Myrna, “es hermano del río, y como él, ha ido perdiendo identidad y se ha dispersado. Es una tristeza que muchas de las tradiciones y de las costumbres ya no sean más, porque es lo que ha hecho nuestro actual sistema de producción y de organización, teniendo como resultado agua contaminada por las granjas porcinas y otras empresas”.

La mayor problemática que enfrenta su pueblo, explica la Concejala y defensora del territorio, es el despojo. “Dirán que (la venta) está del lado de la razón, de la legalidad, que la gente vende, pero no es así. Nuestra verdad nos indica que sólo se puede hacer tratos entre iguales. Quien llegó primero tiene el derecho y nadie que haya llegado después tiene la verdad y el derecho de quitar o expropiar algo de lo que depende la vida. La tierra significa eso, nuestra propia existencia”.

En 1973, los ejidatarios tramitaron 520 hectáreas de tierras para afianzarlas, pero sólo les reconocieron 90, y en otro lugar. Vino la crisis y nadie podía vivir del fruto de la tierra, por lo que poco a poco fueron aceptando rentarlas o venderlas.

La infancia de Myrna transcurrió en pleno auge de la agricultura, cuando “toda la familia podía trabajar en la tierra y, luego de cosechar, llevaba el dinero al banco y todavía le quedaba un poco”. Eran tiempos en los que “la gente que no tenía tierras iba a las casas de los ejidatarios y les pedía un poco de la producción. No había egoísmo. Me acuerdo de los montones de semillas, la gente venía con sus costales y a todos se les daba algo para que vendieran y consumieran. Eran tiempos de abundancia”.

“Estamos a punto de extinguirnos, porque las generaciones que vienen ya no hablan la lengua”. A todos nosotros nos toca aportar algo para poder sobrevivir, ya no tanto para defender otra cosa, sino para defender nuestras vidas”. “En los territorios indígenas existen gobiernos, costumbres, existe un todo, es un mundo completo. Queremos recuperar nuestro espacio, no vinimos de ninguna parte extraña”. “Nuestra lucha es para seguir organizándonos y seguir trabajando”.

Myrna creció en una familia de mujeres. Cinco hermanas y ningún varón tuvo su madre, quien las crió forjándoles el carácter. “Cuando crezcan ustedes jamás van a extender la mano para que alguien las mantenga”, les dijo. “Tienen que ganarse lo que comen con su trabajo”, fue la consigna.

Su infancia transcurrió en un pueblo pequeño, donde “a más de cien metros a la redonda no había otras casas ni cercos, sino sólo mezquites, una siembra un poco más allá, un canal, y por allá, como a 200 metros, se podía ver otra construcción”. El primer cerco que construyeron le impidió pasar a jugar entre los mezquites “y más tristeza me dio después que un pajarito se clavó una púa. Yo no sé si el pajarito quiso cruzar y se la enterró, pero lloré mucho porque me representaba a mí. Igual que yo, él no podría cruzar el cerco. De ahí me nació el sueño de vivir en una comunidad donde haya libertad y en una verdadera comunión, donde los adultos sean responsables de los niños sin importar quién los parió”.

El sueño infantil se hizo recurrente y fue tomando forma. Myrna recreaba en su imaginación un espacio circular con los niños al centro, luego los adultos y después los más ancianos: “Ése sigue siendo mi sueño y es a lo que aspiro. Como concejala estoy trabajando para cumplirlo”, dice, enfática. Luchadora incansable, ya casada y con hijos, Myrna fue a la Universidad y ahí tomó clases para aprender el yoreme. Pero más lo aprendió de los ancianos, de las señoras grandes como su abuela que lo impidió, de los chistes, las leyendas y de las fiestas en las que predomina la lengua original.

Myrna es clara y de hablar pausado. Tiene el carácter fuerte y la belleza del norte. “El sistema educativo mexicano no me hace maestra a mí. Yo soy maestra porque tengo la responsabilidad de un pueblo”, dice. Es maestra y está en resistencia: “Y defenderé en todo momento el ser responsable de estos niños que ni siquiera tienen a sus padres cerca, y la reforma educativa no me está ofreciendo nada para ellos”.

Además del déficit educativo, la salud en las comunidades yoreme se ha deteriorado de manera alarmante en los últimos años. Diferentes tipos de cáncer, entre otras enfermedades, afectan a los pueblos originarios de la ribera del río Mayo. “Hay situaciones muy penosas en las comunidades, pues no se trata sólo de sobrellevar la enfermedad, sino también el problema de la situación económica, la crisis en todos los aspectos y el dolor que causa”.

Como en la educación, Myrna asocia los problemas de salud con el despojo. Explica: “A nosotros nos han robado o comprado con engaños la tierra y con ella la manera de producir los alimentos sanos. Han desaparecido las pequeñas granjas familiares donde sabíamos de qué se alimentaba la gallina, el puerco o la res. Hoy el consumo es de alimentos industrializados y procesados, ni siquiera sabemos lo que estamos comiendo y qué tanto nos va a perjudicar”.

Los yoreme más viejos cuentan que antes no había diabetes, no se conocía el cáncer ni las embolias y las enfermedades se curaban con plantas medicinales. Hoy la salud está amenazada, “y todo por la alimentación que se deteriora por la falta de nuestras tierras para sembrar. A eso se suma la contaminación del agua y la desaparición paulatina de algunas plantas medicinales”. Y se cierra el círculo.

También, explica Myrna, la salud emocional está afectada. Con el territorio disminuido, la dinámica del jornalero y la introducción de nuevas tecnologías (como el celular), “el calor humano se va perdiendo, también la fraternidad para platicar y estar juntos y, en resumen, el espíritu de comunidad disminuye”. A esto se le suman las adicciones que han aparecido en los adolescentes y jóvenes. “Es difícil concebir que haya seres humanos que atenten así contra la vida de nuestro pueblo”, lamenta la Concejala.

Sin duda, refiere, su actual papel como concejala y representante de su pueblo la ha hecho crecer, pues “nosotras vamos actuando de manera libre, como nos sentimos, y eso es importante para enfrentar el machismo. El hecho de que tengamos una mujer como vocera, y que ella sea igual a nosotras, nos ayuda a ver nuestra propia realidad, una igualdad que nos permite tener las riendas de nuestros hogares y nuestros pueblos, y también de nosotras mismas”.

Para Myrna, ser concejala es dar continuidad a su quehacer cotidiano. “Ser integrante del CIG es en parte ser gobierno, ser guardiana de la vida, es preservar la vida, organizar al pueblo, defender al pueblo en colectivo. Eso es ser un representante, no un gobernante. Nosotras decimos que somos un Concejo Indígena de Gobierno, pero no un gobierno que oprime, sino que acompaña al pueblo, que vive la problemática y que jamás pondrá en duda dar la cara, dar la palabra, acompañar en todo momento al pueblo y padecer los dolores del pueblo sin esperar nada a cambio”.

Por Gloria Muñoz Ramírez
Fuente: https://floreseneldesierto.desinformemonos.org/myrna/
Imagen: https://desinformemonos.org/
Fecha: 8/3/2019