Para los pueblos originarios los animales son seres tan importantes como los humanos, a los que es necesario respetar y cuidar. Los animales son algo más que la representación de un espíritu. Son un ejemplo. Todos sus comportamientos: como cazan, como comen, como juegan, como duermen, constituyen una sabiduría natural que los aborígenes incorporan a su propia vida, consolidando también los lazos comunitarios, esos que le otorgan el sentido de su existencia.

El caballo entre los indígenas de las llanuras sudamericanas o las praderas de Norteamerica, la llama en los pueblos del mundo andino, o los fieles perros de los cazadores por mencionar solo algunos ejemplos fueron y son entrañables compañeros e indispensables colaboradores en un sinnúmero de actividades de la vida cotidiana.

En los tiempos de los Antiguos los animales hablaban, don que por algún motivo perdieron, sin embargo, la comunicación con el hombre indigena continuó y se mantiene intacta, a través de misteriosos e invisibles lazos de conexión.

Durante las prácticas chamánicas, el oficiante puede convertirse en animal, produciendose asi la máxima interacción posible con los humanos:

“...el animal es, por una parte, lo no humano, lo totalmente otro, lo terrible o en algunos casos, lo sublime; y por la otra, lo completamente cercano y conocido (...). En la estrecha relación entre animal y hombre, el animal puede ser hombre y el hombre animal” (van der Leeuw 1964:67 ss. cit. en Tomasini 1995: 157) .

Esta posibilidad de estrecho vínculo entre el hombre y el animal nos acerca a otro tema clave en la cosmovisión indígena, como es el de los animales sagrados. Existen animales por excelencia, tales como el jaguar, y cuyo culto, convertido al decir de algunos autores en casi una obsesión, es paradigmático en casi toda América y en culturas diversas como las de la montaña, la selva y la llanura. Y existen muchos otros animales omnipresentes y con atributos de sacralidad: el águila en el norte del continente, equivalente al cóndor de Sudamérica; la serpiente; el mítico búfalo blanco de las praderas norteamericanas, con un correlato en el ñandú o avestruz americano de la Argentina, extendida su presencia en la mitología de muchos pueblos originarios a través de una llamativa y vastísima dispersión temporo-espacial.

En efecto, la presencia de este animal sagrado se da entre otros grupos, en los ranqueles, tehuelches, y mapuche de las pampas; en los mapuche de la Patagonia; entre los charrúas del actual Uruguay y del litoral argentino; entre los n​ivaklé,​ mocovíes, tobas o q​om y otros grupos del Chaco; y se registra además la existencia de ceremonias prehispánicas asociadas al culto de este animal entre los tonocotés de las llanuras santiagueñas y los huarpes de la zona cuyana.

Entre los ranqueles, la noción del avestruz blanco como “señor de los animales” está registrada en fuentes contemporáneas a las comunidades del siglo XIX (Zeballos 1961:111, con ediciones originales entre 1884 y 1887). Más atrás en el tiempo, algunas crónicas de los misioneros jesuitas entre los huarpes, dan cuenta que estos pueblos ofrecían al espíritu que residía en la Cordillera de los Andes plumas de ñandú (h​ussu)​ para poder pasar por ella sin problemas (Valdivia 1940, con ediciones originales en 1607, cit en Michieli 1990:28).

Los m​apuche cuentan con muchas versiones de la saga de este animal, asociado a lo celeste, en donde son protagonistas activos las estrellas, que son los antepasados de los hombres actuales

“Estos antepasados tienen hoy como coto de caza la inmensa Calle de los Cuentos (R​epu Epeu)​a la cual llaman también el Rio del Cielo (H​uenu Leufú,​la Via Láctea), donde se caza a los veloces avestruces escapados de los cazadores terrestres y que se han refugiado en el Cielo. Todavía pueden verse las huellas de la pata de avestruz en el Cielo, en la P​enon Choike o, como dicen los blancos, la Cruz del Sur. El material de que están hechas las nubes son las plumas que se desprenden de los avestruces que, en ciertos días, parecen torbellinos de nieve y a quienes los mapuches reciben siempre con gritos de alegría:
-¡ Nuestros antepasados están cazando! ¡Eia, eia, eia...!”(Koessler-Ilg 1996 cit en “Mapuches del Neuquen” 2001 :57)

En la región del Chaco existen ideas muy semejante entre los mocovíes. El ñandú sagrado, dueño de los animales, es el m​añik o mañek y​en el cielo está asociado a la Vía Láctea. Del mismo modo entre los tobas-qom, llamado en muchas versiones en la voz quechua x​uri, l​a Cruz del Sur representa la cacería del animal -como entre los mapuche-​aunque aquí es perseguido por dos perros en medio de “un camino que parece polvareda” (la Via Láctea) (Cordeu 1971:123 y Giménez Benítez, López y Granada 2005:9

Esta extensísima presencia del ñandú cósmico se prolonga entre los chiriguanos o a​va guaraní,​los chané y los guaraníes (Smith 2005: 4-7) y también entre los chulupí o nivaklé, q​uienes c​reen que los avestruces tienen un t​atá (padre) que los cuida de los seres humanos. Es un gran animal de color blanco o negro, inmune a las armas y el que ha dictado al hombre las pautas de como cazar a “sus” animales: el cazador debe actuar con precisión de manera tal que el animal muera en forma instantánea y no sufra; en caso contrario, cuando la presa queda herida y huya, el “señor de los avestruces” ordenará que sus manadas se alejan de los cazadores y eviten ser cazados (Tomasini 1996:158)

No deja de ser sugestiva la asociación ñandú-Via Láctea/Cruz del Sur-color blanco, como una trilogía en que se articulan seres, constelaciones y colores sagrados en una notable cantidad de pueblos originarios.

Existen otros animales sagrados y relacionados con el cielo y la vida de los hombres, como el carancho (Q​aqare)​entre los mocovíes, protagonista excluyente del robo del fuego. Cuentan los relatos que Q​aqare le robó a la “dueña del monte” unos tizones encendidos, y al salir volando velozmente hizo que ellos se golpearan entre sí provocando el incendio del monte y que el ave se quedara sin el ansiado fuego. Los hombres pudieron así recoger las brasas y a partir de ese instante crucial obtuvieron el fuego, pudiendo entonces comer carne cocida, mientras que los animales continuaron alimentándose de carne cruda. Según muchas versiones el carancho marchó hacia el cielo adonde hoy se lo identifica con la estrella Antares (Giménez Benítez, López y Granada 2005:5)

Esta particular relación con el carancho se repite en otros grupos del Chaco como los chorote o y​ojwáha,​para los cuales tanto esta ave rapaz como el “tigre” son los que entregaron al hombre los principales conocimientos y elementos para la caza y la pesca así como los utensilios de la vida diaria.

Entre los mapuche,​Lalén Kuzé,​la Araña Vieja, es la dueña del hilado y del tejido y fue la que enseñó a las “tejenderas” su arte. Hasta hace poco tiempo se solía cubrir las muñecas de la niña aprendiz (p​ichiñerefe)​con una delgada tela de araña como ritual propiciatorio para que pudiera aprender y dominar el arte de tejer (Mordo 2001:171).

Por El Orejiverde
Imagen: Lucio Boschi
Fuente: Martínez Sarasola, Carlos. 2010. “De manera sagrada y en celebración”, Buenos Aires, Biblos
Fecha:02/09/2022