Para los pueblos originarios los animales son seres tan importantes como los humanos, a los que es necesario respetar y cuidar. Los animales son algo más que la representación de un espíritu. Son un ejemplo. Todos sus comportamientos: como cazan, como comen, como juegan, como duermen, constituyen una sabiduría natural que los aborígenes incorporan a su propia vida, consolidando también los lazos comunitarios, esos que le otorgan el sentido de su existencia.

El caballo entre los indígenas de las llanuras sudamericanas o las praderas de Norteamerica, la llama en los pueblos del mundo andino, o los fieles perros de los cazadores por mencionar solo algunos ejemplos fueron y son entrañables compañeros e indispensables colaboradores en un sinnúmero de actividades de la vida cotidiana.

En los tiempos de los Antiguos los animales hablaban, don que por algún motivo perdieron, sin embargo, la comunicación con el hombre indigena continuó y se mantiene intacta, a través de misteriosos e invisibles lazos de conexión.

Durante las prácticas chamánicas, el oficiante puede convertirse en animal, produciendose asi la máxima interacción posible con los humanos:

“...el animal es, por una parte, lo no humano, lo totalmente otro, lo terrible o en algunos casos, lo sublime; y por la otra, lo completamente cercano y conocido (...). En la estrecha relación entre animal y hombre, el animal puede ser hombre y el hombre animal” (van der Leeuw 1964:67 ss. cit. en Tomasini 1995: 157) .

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