El alarmante proyecto de Trump nos retrotrae a ideas no menos regresivas como la Zanja de Alsina en la Argentina de 1876, un foso que intentó separar a los indígenas de los “blancos”

La idea del recientemente asumido Presidente Trump en Estados Unidos de construir un muro a lo largo de los 3000 km de la frontera que divide a ese país de México no es nueva. Lo alarmante es que la tenga y la quiera implementar en pleno Siglo XXI.

Es evidente que las fuerzas regresivas se enseñorean en nuestro bendito planeta, gozando de buena salud. Fuerzas regresivas que siguen considerando al “otro” como un potencial enemigo. Que viven al diferente con miedo, por no decir terror, lo cual lleva a la discriminación, a la segregación y a la violencia ejercida sobre aquellos que son visualizados además, para este modelo de pensamiento, como inferiores.

La antropología, la sociología, la filosofía y la psicología entre otras disciplinas se han ocupado largamente de “la otredad” o la alteridad y sus implicancias a través de la historia. La idea del “otro” como enemigo culminó en discriminaciones de todo tipo en el mejor de los casos, cuando no en los genocidios más grandes de la historia.

En los últimos tiempos ha ganado terreno desde estas disciplinas la idea de la diversidad cultural, que pone en valor las diferencias de la especie humana, como para ir de a poco superando aquellas formas de pensar y sus proyectos que solo agravan las divisiones, los antagonismos y los enfrentamientos.

Alsina y la fantasía de apresar al viento

Hacia mediados de la década del setenta en el siglo XIX, un conjunto de conflictos políticos y militares -Avellaneda había ganado las elecciones nacionales para presidente en 1874 y el general Mitre se sublevó, involucrando en la intentona al cacique Cipriano Catriel, quien, finalmente derrotado, fue ejecutado por su hermano Juan José- ponían en evidencia una frontera desguarnecida, ese espacio creado por colonizadores y criollos en donde no lograban hacer pie, mientras que mapuches, huilliches, rankullches y tehuelches -los pobladores originarios- avanzaban sobre poblados y fortines como táctica de defensa de “sus campos” como llamaban a sus territorios ancestrales.

Desde hacia muchos años los poderosos caciques de Pampa y Patagonia alternaban los malones con una politica de negociación que aspiraba a una coexistencia pacifica con la nueva sociedad en formación. Sin embargo el nuevo ministro de Guerra de la Nación, el doctor Adolfo Alsina, propugnó la ejecución de un plan de avance paulatino de la frontera, con el objetivo de alcanzar el Río Negro e intentar la paz con las comunidades indigenas: “el plan del Poder Ejecutivo es contra el desierto para poblarlo y no contra los indios para destruirlos”. Loables palabras que quedaron solo en eso.

En realidad, desde el principio de su gestión Alsina había hablado de un foso que, paralelo a la frontera, alejara a los indígenas de los centros poblados, de los tradicionales lugares de aprovisionamiento y pastos. Un foso que imposibilitara las invasiones o al menos las dificultara en grado sumo. Y que también permitiera que los indígenas no se pudieran retirar luego de sus asaltos con miles de cabezas de ganado hacia “Tierra Adentro”

La clave del éxito de la zanja radicaba en que de trecho en trecho se levantaría un fortín para controlar a su vez un área lo suficientemente grande como para evitar los ataques indígenas. La zanja se construiría así uniendo la línea de los fortines, que dicho sea de paso, se extendían a lo largo de toda la provincia de Buenos Aires.

Para este megaproyecto incluso se invitó a participar a expertos extranjeros como el ingeniero Alfredo Ebelot, que -suponemos aburrido y decepcionado por un emprendimiento absurdo- terminó en cambio atrapado y mucho más entretenido por la pampa, escribiendo páginas que hoy son crónicas imprescidibles de sus paisajes y habitantes, especialmente los originarios.

De la Zanja al Muro

El proyecto de la “Zanja de Alsina” aspiraba a cubrir un total de 730 kilómetros entre Bahía Blanca y el sur de Córdoba; pero solo se alcanzaron a construir unos 374 entre Carhué y la laguna del Monte: la zanja no funcionó, porque además, en el corto trazado que finalmente se concluyó, si bién los ataques indígenas no pudieron atravesar profundamente la frontera, siguieron manteniéndola en extremo inestable. El mismo Sarmiento criticó severamente el plan explicando que “intentar detener a los indios con una zanja era como tratar de apresar al viento”

Es que todo aquello que se intenta dividir, separar con muros, zanjas, o cualquier otro obstáculo finalmente termina atravesado por las mil estrategias implementadas por las personas que se niegan a ser acorraladas y encerradas en aquellos espacios que además fueron histórica y culturalmente territorios comunes, tierras de paso y de integración antes que líneas artificiales creadas y vividas como “fronteras” o franjas de separación.

Pues bién, cuando creiamos que ya habíamos visto suficiente, ahora el proyecto de Trump encara la construcción de una barrera infranqueable en la frontera entre Estados Unidos y México -que tiene unos 3.000 kilómetros de extensión- a lo largo de la cual ya hay unos 1.050 kilómetros de muros y vallas que separan a ambos países.
Hace pocos días, el pasado 7 de febrero, nos dejó Tzvetan Todorov, el gran filósofo, que escribió una obra clásica acerca de los otros: La conquista de América, la cuestión del otro (1982) A modo de modesto homenaje y para finalizar esta nota deseamos transcribir uno de sus pensamientos, referidos precisamente a aquel brillante libro y que dice asi: “a la pregunta acerca de cómo comportarse frente al otro no encuentro más manera de responder que contando una historia ejemplar: la del descubrimiento y conquista de América” Pareciera que los americanos tenemos mucho más historias para seguir escribiendo sobre nosotros, que somos los otros. Y también para seguir hablando de muros y zanjas que todavía persiguen el inútil y desgraciado anhelo de dividir al mundo.

Por ElOrejiverde
Fecha: 10/2/2017