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Se inauguró un nuevo centro cultural de Buenos Aires, con una impactante exhibición sobre los pueblos indígenas de Sudamérica

La Abadia, un espacio singular para el arte y la investigación

En pleno corazón de Las Cañitas, en el barrio de Palermo, en un espacio de la Abadia de San Benito -los ex claustros, excelentemente reciclados- el pasado 28 de octubre se inauguró la Exhibición “Tierra de Encuentros, Cielos y Colores. Arte de Sudamérica hoy y ayer”, primera actividad de La Abadía. Centro de Arte y Estudios Latinoamericanos.

Por su particular enclave geográfico y por las bellas y únicas caracteristicas del lugar, creemos que este centro de Artes y Estudios está llamado a tener un rol más que destacado en la rica oferta cultural de Buenos Aires.

Sin dudas que el equipo de dirección encabezado por Guillermo Alonso, ex director del Museo Nacional de Bellas Artes y director de relaciones públicas e institucionales del centro, además de Ximena Eliçabe, que tendrá a su cargo la coordinación de una muy atractiva agenda de conferencias, talleres, y encuentros de cine debate, entre otras actividades, muestra un know-how indispensable para este tipo de emprendimientos. Prueba de ello es haber elegido a Teresa Pereda como curadora de esta primera Exhibición, que con su fina y experta mirada montó una muestra admirable.

Tierra de encuentros, cielos y colores

En la reunión de prensa que se llevó a cabo el dia anterior a la inauguración Teresa Pereda se preocupó por explicar que esta no era una muestra museistica, sino “algo vivo, vital, de Sudamerica en un ayer y hoy de los pueblos indigenas pero que nos encuentra en un Nosotros”. “ El guión” -concluyó- “esta pensado desde ahí ”

Los objetos exhibidos no son muchos, sin embargo los suficientes para que el visitante se lleve una idea más que acabada de la riqueza extraordinaria de nuestros pueblos indígenas y sus maravillosas cosmovisiones. Pertenecen al Museo Riva Agüero de la Pontificia Universidad Católica de Lima, Perú; al Museo Etnográfico Juan B. Ambrosetti (Universidad de Buenos Aires); a la Colección Hijos del Viento; a la Asociación Adobe (Santiago del Estero, Buenos Aires, Milán) y colecciones privadas.

La propuesta se inicia con una gran pieza tejida con lana de oveja, hilado a mano con huso y teñidas con tintes naturales realizadas en la localidad de Blanca Pozo, provincia de Santiago del Estero, e ingresando luego a un corredor de veinticuatro horizontes del rio Paraná (“pariente del mar” en lengua guaraní) fotografiados por el artista Facundo de Zuviría.

A continuación se inicia el recorrido por tres zonas geográficas bién delimitadas: la pampeano patagónica, el Gran Chaco y la andina (Perú) , cada una de ellas ambientadas en salas de un color: azul, marrón y roja, respectivamente, y delicadamente iluminadas con tenues luces.

La sala azul, pampeano-patagónica nos remite inmediatamente a lo sagrado, al kalfú del mundo mapuche: en mapudungun (la lengua originaria) kalfu quiere decir precisamente “lo sagrado” además de “azul”.

Tocados y atuendos femeninos (especialmente de platería) y tocados y máscaras rituales mapuche provenientes de comunidades mapuche de la Patagonia argentino-chilena, siglos XIX y XX, a las que se suman gigantografias de imágenes antiguas de la ceremonia del Nguillatún impactan por su belleza y profundo sentido.

Todo lo que esta ahí es sagrado y vigente, como, para recordarnos que pertenecen a pueblos que enriquecen a la diversidad cultural en la que vivimos: las ceremonias anuales (Nguillatún, Rogativa o Kamaruko) con sus danzas masculinas rituales (el choike purrun): la presencia espiritual de las pillan kuse (ancianas de conocimiento) y las machi (mujeres chamanas), todo un mundo también actual que no por casualidad llevó a la curadora a incluir un texto de Santiago Avendaño quien viviera entre los indios pampas en el siglo XIX, recopilado en una de las ceremonias y que pronunciado como rezo y agradecimiento aludía a la capacidad de los grandes lideres de estas comunidades para organizar, dirigir y hacer posible esta forma de vida a sus pueblos: “ ¡ que vivan nuestros caciques ! ”

La sala marrón del Gran Chaco brilla por la presencia del arte plumario de la gente de las selvas, tan aparentemente frágil, y tan maravillosamente sólido, en una secuencia estética que une al hombre con las aves simbolizando ambos el poder del Universo que los trasciende y los contiene. Se aprecian tocados masculinos tejidos y plumarios portados por quienes son mediadores entre territorios humanos y extrahumanos; máscaras chané que integran la celebración del Areté Guazú y que son la expresión de los sagrados ancestros a quien se continua honrando en estas ceremonias de los ava y mbya guaraníes; y los tocados masculinos plumarios procedentes de los hermanos del Mato Grosso, Brasil.

La sala roja, finalmente, nos transporta a la región de la montaña, al mundo andino, otra vez a la diversidad increible de máscaras que se llevan en las festividades peruanas y que son una continuidad desde tiempos inmemoriales -antes de la llegada de los españoles a estas tierras-, expresión de los espiritus de las montañas y los ancestros.

Son unas treinta piezas pertenecientes al Museo Riva Agüero -que tiene un acervo de dos mil- confeccionadas con los más diversos materiales que van desde el caparazón de mulita hasta el papel maché; de tejido metálico, de madera, de cuero, de latón y hasta de yeso, todas utilizadas en diversas celebraciones y danzas incluyendo las famosas “diabladas” en donde se juega la eterna rivalidad -¿ o complementariedad ?- entre el bien y el mal. En todo caso es una forma más en que estos pueblos andinos y la muestra misma rinden homenaje a la Dualidad, uno de los aspectos esenciales de las cosmovisiones originarias.

Cuando se termina la recorrida, el lugar tiene la posibilidad de que podamos permanecer en el jardin de la Abadía, un lugar que en plena ciudad, paradójicamente nos aleja de ella, ayudandonos a descansar en el interior de nosotros mismos, para incluso procesar lo que acabamos de ver y sentir.

El contacto con esa parte de la naturaleza, aunando e integrando lo religioso con lo cosmovisional indígena nos permite celebrar los nuevos tiempos de compartir territorios que los hagamos comunes para todos. Un sugestivo colofón para una exhibición imperdible.

Fuente: El Orejiverde
Fecha: 9/11/2015

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