Las cosmovisiones originarias y su percepción del entorno muestran la sabiduría de los pueblos indígenas para sostener un equilibrio armónico con la naturaleza

Los astrónomos, el burro y las gallinas

Hace ya mucho tiempo me contaron unos mayorcitos que, a las jalcas de Contumazá, un día llegaron dos astrónomos. Eran unos señores muy estudiados que llegaron nomás –cargados de aparatos rarísimos y muchos papeles– para estudiar el tiempo y el clima.

Se instalaron sin pedir permiso ni saludar a nadie, conectaron sus computadoras y así estaban ya todo el día, hasta que por la tarde se les acercó una mayorcita y les dijo que mejor vinieran a guarecerse en su choza porque iba a comenzar un aguacero muy fuerte. Como tenían su educación los profesionales estos se rieron de la viejita:
– Oiga, señora –le dijeron–, nosotros somos astrónomos, conocemos del tiempo mejor que nadie y nuestros aparatos dicen que no va a llover en mucho tiempo. Además, ¿no se da cuenta que no hay ni una nube en el cielo?, ¿cómo se le ocurre decir que va a llover?
– Yo sé lo que les digo –insistió la viejita–. Pasen a la casa, porque ya cierro mi puerta; si más de noche tocan, ya no los dejo pasar.
– ¡Señora, por favor! Le estamos diciendo que no va a llover. A ver díganos, ¿de dónde se le ocurre decir que va comenzar el aguacero?
La señora les dijo:
– Es que mi burro se ha estao revolcando y mis gallinas han conversao.
Los astrónomos se rieron en la cara de la señora:
– ¡Váyase de aquí! –le dijeron, y entre ellos comentaban–: ¡Estos campesinos ignorantes, creencias que tienen, no! ¿Cómo se les ocurren semejantes tonterías?
La señora se fue, entró a su choza y trancó la puerta. Al poco rato comenzó la nube, de dónde será pues que se vino, se oscureció y como ¡fiuuuu!, ¡la lluvia!, como si estuvieran echando agua con manguera. Los astrónomos recogieron sus cachivaches como pudieron y corrieron a la casa de la mayor a pedir posada, pero la señora ya no les abrió la puerta:
– Yo les avisé –les decía desde adentro.
Entonces los astrónomos, todito mojados, se dijeron:
– Hermano, mejor vámonos a otro sitio, porque aquí hasta los burros y las gallinas saben más que nosotros.

Un relato como éste evidencia no sólo la contraposición entre dos maneras diferentes de actuar y de ver el mundo, sino que pone de relieve los vínculos que las comunidades andinas han cultivado desde hace miles de años con el entorno natural, aprendiendo formas de leer directamente la naturaleza y que difieren de aquellas que se aprehenden descriptivamente a través de ajenizantes terceros.

Hace algunos años, en muchos lugares los comuneros me mostraron con preocupación la forma en que las chilalas –el hornero o albañil, aquellos pájaros de los temples que suelen dar la hora– estaban haciendo sus nidos: no estaban empleando sólo barro, sino que los estaban reforzando con palos e incluso con pedazos de vidrio y alambre. “Esto significa que se aproximan aguaceros terribles”, me dijeron. Tiempo después ocurrió lo del Fenómeno de Niño.

Un punto de partida para comprender la percepción que desde el campo podemos tener sobre el cambio climático, es la filiación de los seres humanos con la naturaleza, en la que todo vive y todo juega un papel fundamental para la salud de la tierra. Esto significa que el cosmos y todo lo que en él habita no puede ser considerado como un recurso, sino como parte del entramado filial o tejido vivo llamado comunidad. Implica formas de relación basadas en la crianza y la reciprocidad, en el diálogo y la equivalencia, así como en la gratitud y la gratuidad, pero no en la explotación y el lucro, no en el aniquilamiento ni en la acumulación. Dos características consecuentes del sentido de comunidad son, por un lado, la percepción del entorno –el vínculo religioso con la tierra; la tradición y el ritmo agrícola; la forma de relación con la naturaleza; la formación oral–gestual y experimental; etc.– y, por otro, el parentesco territorial –el sentido del pachaque o pertenencia al caserío; las relaciones familiares y compadrazgos; las delimitaciones heredadas del territorio, que comprenden tierra–chacra, agua–manantiales, cerros–indicadores mayores o huacas y vecinos–relaciones comunitarias–.

El mundo, el tiempo y el agua

La noción de “cambio climático” ha ingresado en el campo en los últimos años mayormente relacionada con el tema de contaminación ambiental y en el marco de tratamientos no necesariamente vinculados a la propia percepción cultural de las poblaciones, ni a las concretas variaciones que se vienen observando en la naturaleza.

La palabra clima, no es de uso frecuente en las comunidades, y hasta la propia palabra “cambio” obedece a usos más específicos que generales. En el campo, para los aspectos relacionados con el clima se usa la palabra tiempo. En la lengua quechua del norte, para el tiempo usamos la palabra wichay, mientras que en la lengua quechua generalizada del mundo andino utilizamos la palabra pacha, que es la misma palabra para tierra y para tiempo. Mundo y tiempo vendrían a ser lo mismo.

Pero wichay, el tiempo, también es cuesta, subida. Subir, ascender, esforzarse caminando, tienen el mismo significado y tienen la misma palabra para tiempo. No es entonces algo estático, no es algo quieto. Y tampoco es un concepto: es algo concreto. En quechua también, para “mal tiempo” se utiliza Manall’intiempo, que es como decir que no hay tiempo: Manaall’inwichan. Manaall’i es que no está bueno, pero no es estar malo. Es una diferencia importante para nosotros. Por eso es que en el campo, cuando alguien está subiendo una cuesta, no dice: “¡Qué fea cuesta!”; sino: “¡Está buena la cuesta!”. O si alguien sale y hay un sol muy fuerte, es un ignorante si se le ocurre decir: “¡Este sol me está fastidiando!”. Cuando está cayendo el aguacero, por ejemplo, a nosotros nos han enseñado nuestros mayores que debemos salir primero a mojarnos; no se nos ocurriría salir ya cubiertos con el paraguas porque eso sería como despreciar a la lluvia, como no darle la bienvenida. Se comprenderá lo chocante que puede resultar entonces cuando, a través de los medios de incomunicación, escuchamos expresiones como “la furia de la naturaleza”, o “la inclemencia del tiempo”. Más aún cuando, desde esta filiación con todo lo que anida en la comunidad, las señales de los cambios en el tiempo son enunciadas por los cerros, las plantas, los animales, los vientos y hasta el color y la textura de las hojas y las aguas.

El pájaro lic-lic viene trayendo la lluvia que tanto necesitamos; el zorzal canta y empieza a llover; las gallinas se acoshpan y asoma el aguacero. Y como ellos el pachatuco, la cargacha, los shingos, los sapos, las shangu-lays, las culebras, el lingosh… Y hasta los cerros se ponen gorros de nube o bufandas de viento anunciando cómo serán los tiempos. Porque es la presencia del agua la que marca el ritmo de los tiempos y los quehaceres agrícolas.

La desaparición de especies (sobre todo de los sapos o ampatu, relacionados míticamente con las pléyades), es una evidencia simbólica y real de los cambios climáticos y la desaparición de las aguas. El desvanecimiento de manantiales, la reducción del volumen del agua en las acequias, la contaminación de los ríos y la pérdida paulatina y consecuente de los rituales y prácticas culturales relacionadas con el agua, ratifican agudamente estos cambios.

Madre Tierra y comunidades originarias

La percepción de los cambios climáticos son –en este momento– una constante real de preocupación en las comunidades andinas de Cajamarca, pero esta preocupación se da desde la visión filial de lo que puede ocurrir con la Tierra como Madre y con el Mundo como ser vivo; no como un riesgo de pérdida funcional de la naturaleza, es decir por la inminente carencia de los “recursos no renovables” en desmedro de los humanos.

Estos cambios climáticos, al mismo tiempo, se evidencian como una cadena con eslabones de destrucción, corrupción, enfermedades y francas perturbaciones en las formas tradicionales de vivir de las comunidades. Es indudable que la desnaturalización del hombre conlleva a la desacralización del mundo y la cosificación de la naturaleza incuba la propensión a dominarla y destruirla. De manera que no nos hallamos frente a la amenaza de un desastre, sino frente a un desastre permanente. O, como leí alguna vez en un sabio grafiti, “Las inundaciones no se producen porque los ríos crecen, sino por que el país se hunde".

El Perú es uno de los países más ricos del planeta en biodiversidad. Vivimos en un país extraordinario y su privilegiada estructura geográfica da lugar a que pueda haber esta gama biológica. Pero esa diversidad no sólo es obra y gracia de nuestra bien amada Madre Tierra, sino del humilde y sabio emparejamiento que ha tenido la comunidad andina con ella. Y son estas nuestras comunidades las herederas de esa tradición criadora, genial y generosa. No son estas comunidades las causantes del colapso que deprime al mundo. Garantizar la supervivencia de la tierra implica respetar las culturas de la tierra y afianzar alternativas que no resulten remedios peores que las enfermedades.

Si bien existe en el campo la percepción y preocupación por los cambios galopantes que se vienen dando en el clima, éstas no bastan sino se consolidan niveles de organización y de información, así como la toma de medidas endógenas y concretas que detengan la devastación de la tierra y del tiempo. La restitución de los componentes identitarios y el robustecimiento de los conocimientos colectivos son también una tarea de dignificación y de defensa de los derechos de las comunidades andinas: la justicia no puede seguir siendo como las víboras que sólo muerden los pies descalzos.

Por Alfredo Mires Ortiz

Fuentes : Alfredo Mires Ortiz, Foro “Cambio climático, ordenamiento territorial y gestión de riesgos en el desarrollo regional para la reducción de la pobreza”, 28.01.09, Mesa de Concertación de Lucha Contra la Pobreza; GTZ; Ministerio del Ambiente; GRUFIDES; GRIDE; SER; Gobierno Regional Cajamarca.
Red de Bibliotecas Rurales de Cajamarca /http://bibliotecasruralescajamarca.blogspot.com.ar/2009/11/cambio-climatico-y-conocimiento-andino.html
Imagen de tapa: http://www.panoramio.com/photo/54503803
Fecha: 24/11/2015