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Blas Jaime, uno de los últimos descendientes del pueblo Chaná lleva 18 años de labor en rescatar y sistematizar la cultura ágrafa que conserva en la memoria por la transmisión de su madre. Ahora, con gran parte de este camino realizado, su legado ha de pasar a su hija Evangelina.

Blas Jaime lleva casi dos décadas resucitando el chaná, una lengua indígena de Argentina que aprendió de su madre. De niño, Blas Omar Jaime pasó muchas tardes aprendiendo sobre sus antepasados. Entre yerba mate y torta frita, su madre, Ederlinda Miguelina Yelón, le transmitía los conocimientos que había guardado en chaná, una lengua gutural que se habla moviendo apenas los labios o la lengua.

Los chaná son un pueblo indígena de Argentina y Uruguay cuyas vidas están entrelazadas con el caudaloso río Paraná, el segundo más largo de Sudamérica. Veneran el silencio, consideran a los pájaros sus guardianes y cantan canciones de cuna a sus bebés: Utalá tapey-’é, uá utalá dioi (duerme pequeñito, el Sol se ha ido a dormir).

Miguelina Yelón instó a su hijo a proteger sus historias manteniéndolas en secreto. Así que no fue hasta décadas más tarde, cuando estaba recién jubilado y en busca de gente con quien conversar, que hizo un descubrimiento alarmante: nadie más parecía hablar chaná. Hacía mucho tiempo que los académicos consideraban extinta la lengua.

“Yo dije: ‘yo existo, estoy acá’”, dijo Jaime, sentado en su cocina austera a las afueras de Paraná, una ciudad de tamaño medio en la provincia argentina de Entre Ríos. Esas palabras dieron inicio a una jornada para Jaime, quien ha pasado casi dos décadas resucitando el chaná y, de varias formas, volviendo a situar al grupo indígena en el mapa.

Su minucioso trabajo con un lingüista resultó en un diccionario de unas 1000 palabras en chaná. Para las personas de ascendencia indígena en Argentina, es un faro que ha inspirado a muchos a conectar con su historia. Y para Argentina es parte de un importante, aunque todavía tenso, ajuste de cuentas con su historia de colonización y negación de lo indígena.

“El idioma es lo que te da identidad”, dijo Jaime. “Si uno no tiene idioma, no es pueblo.”

Por el camino, Jaime ha rozado la fama. Ha protagonizado varios documentales, ha dado una charla TED, ha prestado su cara y voz a una marca de café y ha aparecido en un dibujo animado educativo sobre los chaná. El año pasado, una grabación suya hablando chaná resonó en el centro de Buenos Aires como parte de un proyecto artístico que pretendía honrar la historia indígena de Argentina.

Ahora, está en marcha un cambio de guardia: su hija Evangelina Jaime, quien aprendió chaná de su padre, lo está enseñando a otras personas. “Son generaciones y generaciones de silencio”, dijo Evangelina Jaime, de 46 años. “Pero no nos callamos más”.

El tesoro de información que Jaime obtuvo de su madre era mucho más generoso. Miguelina Yelón era una adá oyendén —una “mujer guardiana de la memoria”—, alguien que tradicionalmente preservaba el conocimiento de la comunidad. Según Jaime, solo las mujeres eran guardianas de la memoria chaná.

“Era un matriarcado”, dijo Evangelina Jaime, la hija de Blas. “Las mujeres eran quienes guiaban al pueblo chaná. Pero algo pasó, no sabemos bien qué, que los hombres tomaron el poder nuevamente. Y las mujeres pactaron ceder ese poder a cambio de ser ellas las únicas guardianes de la historia”.

Miguelina Yelón no tenía hijas a las que transmitir sus conocimientos (sus tres hijas murieron siendo niñas). Así que recurrió a Jaime. Así fue como Jaime pasó las tardes empapándose de las historias de los chaná, aprendiendo palabras que describían su mundo: atamá significa río, vanatí beáda es árbol; tijuinem significa dios; yogüin es fuego.

Pasaron décadas. Jaime tuvo una vida variada: trabajó como repartidor, en una editorial, como vendedor ambulante de joyas, en un departamento de transportes del gobierno, como taxista y como predicador mormón. Cuando tenía 71 años y estaba jubilado, lo invitaron a un acto indígena y lo empujaron hacia la multitud para que contara su historia.

Desde entonces, Jaime no ha dejado de hablar.

Según la UNESCO, en 2016 al menos el 40 por ciento de las lenguas del mundo —más de 2600— estaban en peligro de desaparecer porque las hablaban una cantidad relativamente reducida de personas; las últimas cifras confiables datan de ese año.

Refiriéndose a Jaime, Serena Heckler, especialista en programas de la oficina regional de la UNESCO en Montevideo, dijo: “Somos muy conscientes de la importancia de lo que está haciendo”. Aunque su labor de preservación del chaná no es el único caso de reaparición repentina de una lengua que se creía muerta, es excepcionalmente inusual, dijo Heckler

En Argentina, como en otros países de América, los pueblos indígenas sufrieron una represión sistémica que contribuyó a la erosión o desaparición de sus lenguas. En algunos casos, los niños eran golpeados en la escuela por hablar una lengua distinta al español, dijo Heckler.

Salvar una lengua tan singular como el chaná es difícil, añadió. “La gente tiene que comprometerse a hacerla parte de su identidad”, dijo Heckler. “Son estructuras gramaticales completamente diferentes, y nuevas formas de pensar”.

Ese reto resuena con Evangelina Jaime, quien ha tenido que superar una arraigada creencia entre los chaná. “Se fue pasando de generación a generación. No llores. No te demuestres. No te rías tan fuerte. Habla bajo. No comentes con nadie”, dijo. Durante un tiempo, Evangelina Jaime vivió de esa manera. Rehuyó su ascendencia en la adolescencia porque sufría acoso escolar y la reprendían los profesores que dudaban de ella cuando decía que era chaná. Cuando su padre empezó a hablar en público, ella lo ayudó a organizar las clases de lengua que él daba en un museo local.

En el proceso, ella misma empezó a aprender la lengua. Ahora enseña chaná por internet a estudiantes de todo el mundo, muchos de ellos académicos, aunque algunos dicen tener rastros de ascendencia indígena y un pequeño número cree ser descendiente de chaná. Tiene previsto enseñar la lengua a su hijo adulto, para que él pueda continuar la labor de su familia.

De vuelta a la mesa de la cocina de Jaime, el anciano escribió su nombre en la lengua que intenta mantener viva. Un nombre que, según él, refleja la forma en que ha vivido. Agó Acoé Inó, que significa “perro sin dueño”. Su hija se inclinó para asegurarse de que lo escribía correctamente.

“Ella sabe más que yo ahora”, dijo riendo. “Ya no se va perder el chaná”.

Por Natalie Alcoba
Fotos: Sebastián López Brach
Fuente:
https://www.nytimes.com/es/2024/01/13/espanol/chana-argentina-lengua-indigena.html?unlocked_article_code=1.NU0.2169.QgsDIiY1FCh4&smid=nytcore-ios-share&referringSource=articleShare&fbclid=IwAR0DAAt2_DvWo_V9mcdt2llPIO2UfiDx9j6U6F3d1bmHvXR0ckCk7-P34NA
Fecha: 19/02/2024

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